El mismo tratamiento que borra tus arrugas, también podría
mejorar tu estado de ánimo. Según una revisión en el Journal of Psychiatric
Research, pruebas clínicas han demostrado que las inyecciones de Botox en las
líneas del ceño fruncido, aliviaron la depresión en alrededor de un tercio de
los pacientes con la enfermedad. Esto puede deberse a algo llamado
propiocepción: cuando el Botox paraliza las fibras nerviosas, esto puede
indicar a tus terminaciones nerviosas un alivio en el estrés físico y, como resultado,
es posible tener una disminución del estrés emocional, escriben los
investigadores.
La toxina botulínica es la sustancia de origen biológico más
peligrosa para los seres humanos. Una cantidad 1,000 veces más pequeña que un
grano de sal puede matar a una persona. Eso hizo que sus primeros usos fueran
como arma biológica. Pero, en dosis aún más pequeñas, se ha demostrado como uno
de los mejores aliados del ser humano para mejorar su salud y también en el
intento de frenar el envejecimiento. Y se ha demostrado que también combate la depresión.
El mecanismo de funcionamiento de la toxina es tan sofisticado
que parece más obra de una mente retorcida que de la naturaleza. Bloquea la
liberación de un neurotransmisor, la acetilcolina, encargado de transmitir
instrucciones de un nervio a otro. Lo consigue descomponiendo una proteína de
las células nerviosas que interviene en la liberación de este neurotransmisor.
El resultado es que el músculo se queda sin el estímulo para reaccionar. Y en
el organismo humano todo, desde un parpadeo hasta la contracción de la vejiga,
necesita de la acción muscular.
Con distintos grados de éxito, la toxina ha demostrado
ayudar a combatir la artritis reumatoide, el asma, la migraña, la rigidez
muscular tras un ictus, los temblores propios de la esclerosis múltiple o la
incontinencia urinaria. No obstante, es el uso cosmético el que ha dado fama al
Botox. Desde que en 1997 se probara como remedio temporal contra las arrugas,
esta versión de la toxina botulínica de tipo A se ha convertido en un
redituable negocio, y para muestra basta un botón: tan sólo en Estados Unidos,
desde 2000, su uso ha crecido un 703%.
Ahora, nuevas investigaciones sugieren que el Botox puede
tratar la depresión. Aunque suene raro –y un tanto superficial– la conexión
deriva de un cuerpo de investigaciones significativo. La idea de que las
expresiones físicas de emoción influyen en nuestra experimentación de
sentimientos va hasta Charles Darwin –sí, el de la evolución– y su colega
William James, quienes estudiaron las emociones tanto en animales como en
humanos de varias culturas. En el siglo XIX, ambos naturalistas plantearon una
particular teoría de las emociones en la que las expresiones faciales podrían
retroalimentar al cerebro, disparando estados emocionales. Ellos se refirieron
a los músculos del ceño como los “músculos de la aflicción” y los conectaron
con los sentimientos de tristeza. Así, si sonríes, acabas por sentirte bien. Y
si frunces el ceño, acabas enojada o triste.
Con ese punto de partida, investigadores estadounidenses han
realizado pruebas que demuestran que el Botox podría combatir la depresión. No,
no se trata de inyectarlo en el cerebro, el mecanismo sigue los postulados de
la teoría de Darwin y James: si pones Botox en el entrecejo –el centro de
expresión del enojo, el miedo y la tristeza–, haces que sea más difícil para tu
cara expresar una emoción negativa y, por ende, que sea más difícil que tu
cuerpo la sienta. No lo hace imposible, pero sí juega un papel importante a
nivel psicológico.
Por supuesto, como con cada medicina, hay potenciales
efectos secundarios. En este caso, el riesgo es que podría ser un poco más
difícil llorar y sentirte triste, pero si estás deprimida, eso es lo que
deseas.
Debe recordarse que, debido a que hay muy pocas
investigaciones sobre el tema, es demasiado pronto para sugerir que el Botox
podría ser el próximo tratamiento para la depresión. Además, hay que considerar
cuán duraderos serían los efectos del Botox tanto a nivel físico como emocional
y qué consecuencias podría dejar a nivel psíquico (como la adicción al Botox
que parecen tener muchas celebridades). Sin embargo, es tan intrigante la
conexión mente-cuerpo que sugieren los resultados, que tal vez podría abrir
nuevos caminos para aliviar los síntomas depresivos.
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